La grabación de esta canción country se enfrentó a numerosas vicisitudes. Al poco de escribirla, Alan Block y Donn Hecht se la ofrecieron a la cantante Kay Starr, quien, a petición de su sello discográfico, la rechazó. El tema se archivó en baúl del olvido durante varios años, hasta que Hecht, ya en el seno de la Four Star Records, la desempolvó y se la presentó al productor de Patsy Cline, Paul Cohen.
Fue Decca Records el que finalmente se hizo con este paseo después de la medianoche. La grabación tuvo lugar en noviembre de 1956 y, en febrero de 1957, había reventado el mercado. Fue el primer gran éxito de Cline –llegó al número 2 de las listas del country–, con más de un millón de copias vendidas.
Y es curioso, porque al principio Cline no se mostraba muy convencida de sus posibilidades, y aceptó ponerle voz solo a condición de grabar también A poor man’s roses (or a rich man’s gold), una de sus canciones predilectas.
Aquí nos encontramos con todo un despliegue musical. La canción mezcla jazz y blues con singular fortuna, y los músicos, todos de primera fila –hay tambores, piano, guitarra acústica, guitarra rítmica, guitarra eléctrica y bajo acústico– derrochan creatividad y talento.
Entre sus colaboradores, figuran Harold Bradley o Bob Moore, que tocaron con Roy Orbison y Elvis Presley; Grady Martin, que lo hizo con Marty Robbins o Willie Nelson; y Owen al piano.
El impacto fue espectacular: en enero de 1957, un mes antes de que viera la luz, el programa de la CBS Arthur Godfrey Talent Scouts invitó a Patsy Cline a sus estudios, y, aunque su idea inicial era cantar A poor man’s roses, le convencieron de que presentara Walking after midnight. Cuando terminó, hubo tantos aplausos, que el “aplaudímetro” se rompió…
Previendo su éxito, la discográfica Four Star se asoció con la potente Decca Records para que fuera esta la que lo publicara, y la carrera de Cline, fichada por la citada Decca Records, fue fulgurante hasta su muerte.
La crítica dijo en su momento que la canción tenía “un aura de soledad”. La narradora está paseando después de la medianoche, y rememora lo que solía hacer con su ser amado. En el camino, encuentra “un sauce llorón llorando en su almohada y quizá está llorando por mí”. El sentimiento de soledad se acrecienta cuando “camina durante millas por la autopista buscándole” o cuando “los cielos se vuelven tenebrosos y el viento de la noche me susurra que estoy tan sola como se puede estar”.