Si la semana pasada os hablaba de mis cinco entradas en La Guitarra de las Musas, en los próximos días podéis seguir otra de mis colaboraciones para otro de los blogs musicales de referencia, El Gramófono de Ángel Maíllo.
Esta vez la serie, cuya primera entrega apareció ayer, sí que va a estar centrada en el country, concretamente en temas de este estilo sobre el mundo de la «noche», es decir, canciones que tienen esa palabra en el título o en las que la noche es protagonista. Confío en que os guste y, sin más, os animo a visitar:
https://angelmaillo.wordpress.com
Mes: mayo 2016
El rival del Grand Ole Opry
En abril de 1924, un año y medio antes de que naciera el Grand Ole Opry (aquí podéis ver la entrada que le dediqué en su día), vio la luz otro programa de similar factura, National Barn Dance (“El baile del granero nacional”), emitido por la cadena WLS-AM. La cadena, con sede en Chicago, todavía existe, no así el programa, que mezclaba con acierto música, comedia y espectáculos de teatro. Esto es, el National Barn Dance fue el precursor directo del Grand Ole Opry.
Edgar L. Bill, director de la emisora, fue su primer presentador, tan solo una semana después de poner en marcha su proyecto de radiodifusión. Nacido y crecido en una zona rural, intuía que la idea tendría éxito: a la gente de campo le gustaba bailar y divertirse en el granero los días de fiesta. Acertó. El programa era tan demandado, que no tardaron en salirle imitadores –sin ir más lejos, el citado Grand Ole Opry, que se acabaría imponiendo hasta llegar a nuestros días.
A partir de la década de los 30, la NBC se hizo cargo de sus emisiones y, en 1946, una cadena aún mayor, la ABC, tomó las riendas. Desde 1957 y ante el cansancio de la audiencia, la ABC decidió eliminar las emisiones en directo. Finalmente, el espacio desapareció en 1968.
Una de sus primeras estrellas fue Bradley Kincaid, y en la nómina de “habituales” también figuraron Red Foley, Gene Autry, The DeZurik Sisters, Jenny Lou Carson, Henry Burr o Pat Buttram, entre otros.
Escuchemos ya algunas de sus canciones.
Clyde Julian Foley, más conocido como Red Foley, fue descubierto por un cazatalentos de la WLS. Su Blues in my Heart, obra de Benny Carter e Irving Mills, es un precioso lamento de amor: “Debería haber sabido desde el principio que me dejarías con esta tristeza en el corazón”, dice. Y añade: “La lluvia cae del cielo, incluso el sol empieza a llorar”.
La trayectoria de Gene Autry en el National Barn Dance se inició en 1930. Empezó cobrando 35 dólares a la semana, muy lejos de los 1.500 que recibiría en lo más alto de su carrera. Una de las canciones que más le pedían en el programa era That Silver Haired Daddy of Mine (ya escuchada aquí). Escuchemos otro de sus éxitos, You Only Want Me When You’re Lonely. El narrador se queja de ser siempre el segundo plato de su pareja: “Sé que soy alguien al que te diriges cuando tu nuevo amor te ha rechazado, solo me quieres cuando estás sola”.
The DeZurik Sisters, un grupo compuesto por las hermanas Mary Jane y Carolyn, se inspiraron en el canto de los pájaros y el lenguaje de otros animales. Disfrutad de The Arizona Yodeler.
Destino desconocido
Highwayman. The Highwaymen, 1985
Cuatro de los grandes de la música country, Johnny Cash, Waylon Jennings, Willie Nelson y Kris Kristofferson, se unieron en un grupo llamado The Highwaymen en 1985 y grabaron tres discos hasta su disolución en 1995. Este que os traigo hoy fue el más importante de todos ellos. Producido por Chips Moman, fue editado por Columbia Records. El tema inicial, Highwayman, ya lo escuchamos aquí.
Vayamos, pues, con Big River, versión de los cuatro en discordia de un tema popularizado por uno de ellos, Johnny Cash, que la grabó en dos ocasiones: en 1958 en Sings the Songs that Made Him Famous, y en 1964 como parte de su álbum I walk the line.
Escrita por el mismo Cash, su letra es toda una lección de geografía. Un hombre va persiguiendo a la mujer de la que se ha enamorado por todo el río Mississippi pero, para su desgracia, siempre se le escapa y, en todos los sitios donde para, le dicen que ya se ha ido siguiendo el curso del río. Al final se da por vencido, porque, según dice, “ama al río más que a él”. «Las lágrimas que lloré por esa mujer te van a inundar, gran río, y me voy a sentar aquí hasta morir”, advierte.
Os dejo ahora con su grabación en solitario en 1964.
Sirva el tema que vamos a escuchar ahora para rendir homenaje a un compositor country fallecido hace unos días, Guy Clark. En la letra de Desperados Waiting for a Train, el narrador echa la vista atrás por el ocaso de un viejo amigo que, durante su infancia, fue como un padre para él: estaban tan unidos como “forajidos esperando un tren”.
Deportee (Plane Wreck at Los Gatos) es una canción protesta basada en un hecho real. En 1948 se produjo un accidente de aviación en Los Gatos (California). El aparato se disponía a deportar a unos inmigrantes a México. Woody Guthrie, su autor, clamó entonces contra el trato que la prensa dio a la noticia, silenciando los nombres de los inmigrantes fallecidos (28). “¿Quiénes son estos amigos, todos esparcidos como hojas secas?”, se preguntaba. Por supuesto, los medios sí dieron cobertura a los cuatro miembros americanos de la tripulación. Así la recuperaron The Highwaymen.
Against the Wind fue escrita en 1980 por Bob Seger y es uno de los temas más rockeros del disco. El narrador recuerda el ya perdido espíritu de rebeldía de su juventud: “Busco un refugio contra el viento, ahora tengo más en qué pensar, como plazos y compromisos”. Escuchemos, en primer lugar, la versión original de Bob Seger, que mereció un Grammy al año siguiente.
Os dejo con la versión del álbum Highwayman.
Little Jimmy Dickens, un gigante del country de corta estatura
Virginia Occidental, 1920: nace el “pequeño” Little Jimmy Dickens. Su primera experiencia en el country llegó en los años 30, cuando, con el sobrenombre de Jimmy the Kid, empezó a trabajar en una radio local. En 1948 Roy Acuff le invitó a formar parte del Grand Ole Opry, donde conoció a Hank Williams, de quien sería amigo hasta la temprana muerte de este.
En 1950 Little Jimmy Dickens, bajo de estatura pero con la voluntad de un gigante, formó su propio grupo, The Country Boys, y en 1954 sacó su primer LP, Old Country Church. En los 60 fue uno de los primeros artistas country que emprendió una gira internacional, más allá de las fronteras de Estados Unidos y Canadá. Aunque siguió actuando en el Grand Ole Opry hasta su muerte –de hecho celebró allí su último cumpleaños–, a finales de los años 70 abandonó la grabación de discos. En 2008, el Ryman Auditorium lo homenajeó por sus sesenta años como miembro, y, en 2009, se convirtió en el socio más antiguo tras la muerte de Hank Locklin. La misma sede acogió su funeral un día de principios de enero de 2015 (aquí podéis ver la entrada que le dediqué con motivo de su fallecimiento).
Ya que el vídeo de May the Bird of Paradise Fly Up to Your Nose que aparecía en la entrada citada ya no se ve, escuchemos de nuevo su único número 1 en las listas. Escrita por Neal Merritt en 1965, nos presenta a un tipo de lo más tacaño en cómicas situaciones: a un mendigo solo le da un céntimo; el dueño de la lavandería le llama para devolverle un billete de 100 dólares que se ha dejado olvidado y, en agradecimiento, le recompensa con diez centavos; cuando le pide a un taxista que le lleve rápido a la estación y multan a este por exceso de velocidad, él se limita a esperar a que le devuelva el cambio. En el estribillo, cada una de sus “víctimas” le lanza ingenuas maldiciones: “Que el ave del paraíso se pose en tu nariz, que un elefante te acaricie los dedos de los pies, que tu mujer tenga sinusitis perpetua”.
Escuchemos a Little Jimmy Dickens acompañado a la guitarra por el legendario Grady Martin en 1965.
Al año siguiente, Ernest Tubb la incluyó en Ernest Tubb Sings Country Hits, Old and New.
Veamos este vídeo con un joven Glen Campbell interpretando esta canción.
I Can’t Help it if I’m Still in Love with You. Hank Williams, 1951
Hank Williams consiguió otro single de éxito para MGM Records con este I Can’t Help You if I’m Still in Love With You, que grabó en Nashville en marzo de 1951.
La canción, hoy todo un clásico, comienza con un lamento de guitarra de Don Helms. El narrador no se hace a la idea de que su anterior pareja haya rehecho su vida: “No lo puedo evitar si todavía estoy enamorado de ti”.
Williams contó para este tema con la colaboración de sus habituales, los Drifting Cowboys, esto es, el citado Don Helms, Jerry Rivers, Bob McNett, Hillus Butrum y Ernie Newton.
Vamos ahora con una de las pocas apariciones de Hank Williams en televisión. En este vídeo, de abril de 1952, interpreta la canción con Anita Carter.
Linda Ronstadt nos brindó esta versión en su álbum Heart Like a Wheel (1974).
Patsy Cline la canta de una forma más lenta en Sentimentally Yours (1962) con los coros de The Jordanaires.
Ray Price, amigo de Hank, sacó un álbum versionando temas de este. Apareció en 1976 con el título Hank and Me.
A principios de su carrera musical, con apenas 19 años, Ricky Nelson la grabó en Ricky Sings Again (1959).
En la colección que Charley Pride dedicó a Hank Williams, There’s a Little Bit of Hank in Me (1980), también aparece esta canción. Escuchémosle en una aparición promocional en televisión.
Otro de los grandes del country, George Jones, la incluyó en su George Jones Salutes Hank Williams (1960).
La última canción
Aunque ya hemos terminado la serie dedicada a la familia Carter, hoy os voy a hablar de otra generalmente asociada a ellos. Quiso la casualidad que la última canción que grabara Johnny Cash antes de su muerte, en septiembre de 2003, fuera Engine 143, de la familia Carter.
Basada en el accidente ferroviario del Fast Flying Virginian, que tuvo lugar en octubre de 1890 a su paso por Virginia, cuenta la historia de su maquinista, George Alley, que se proponía recuperar el tiempo perdido –llevaba unos 20 minutos de retraso–, cumpliendo instrucciones de los jefes de la compañía.
El maquinista recuerda las advertencias de su madre para que no corriera, ya que muchos habían perdido la vida de ese modo. Finalmente, el tren choca contra las rocas y Alley muere. No se conoce el nombre del autor de la canción, grabada por multitud de artistas, como la familia Carter en 1929. Según la leyenda, cuando A.P. y Sara se conocieron, Sara estaba cantando este tema en el porche de su casa.
Una joven de solo 20 años, Joan Baez, la grabó para su segundo álbum, Joan Baez Volume 2 (1961).
Flatts and Scruggs lo hicieron con el título George Alley’s FFV en su álbum Folk Songs of Our Land (1962).
Un grupo de folk, The Kossoy Sisters, formado por las hermanas Irene Saletan y Ellen Christenson, la incluyeron en Bowling Green (1997).
La primera vez que Johnny Cash la grabó fue en 1965, para su disco Orange Blossom Special. Tres años después, emparentaría con los Carter al casarse con June.
Por último, escuchemos la grabación de Johnny Cash tan solo dos semanas antes de su muerte. Apareció en su disco póstumo The Unbroken Circle- The Musical Heritage of the Carter Family (2004).
El largo viaje de la noche hacia el día
You’ll cry and cry and try to sleep
but sleep won’t come the whole night through.
Hank Williams, Your Cheatin’ Heart
Tenía dieciocho años, y me pasaba las horas escuchando a Hank. Todos en Alabama nos sabíamos las letras de sus canciones: nos las aprendíamos en el bar de Tim McKenna y las rezábamos al volante de nuestros coches o en el oído de nuestra novia de aquel año, Ronnalee se llamaba la mía. Hank era un vaquero, lo que nosotros, y un poeta, lo que nosotros queríamos ser. Su rostro era el espejo de América: inocente y duro, cordial e impenetrable.
Mi padre conocía a su familia, e incluso alguna vez había hablado con él. Puede que Ronnalee se fijara en mí solo por ese detalle, y no estoy pecando de modesto. Nos habíamos conocido en la universidad, y esquivábamos el silencio de nuestras primeras citas hablando del Grand Ole Opry y del sabor a whisky de fuego que nos dejaron en el paladar los Drifting Cowboys, el grupo que Hank había ya disuelto. Por eso, no solo no me reprochó que le desencajara su agenda con el mandato de mi padre, sino que me recompensó con un beso. Tenía que llevar a Hank Williams a su concierto de Año Nuevo en el Teatro Palace de Canton, Ohio. Una tormenta de nieve le impediría cumplir con sus compromisos en Charleston, Virginia Occidental; pero gracias a mis buenos oficios, y salvo causa de fuerza mayor, mi cliente llegaría a tiempo de entrar en escena al compás del órgano Kilgen, una de las atracciones del Palace.
Mi padre, si no lo he dicho todavía, era dueño de una flota de taxis, y, antes de partir, me suplicó que le devolviera el Cadillac sin un arañazo en su carrocería azul. Podía confiar en mí. Hank podía confiar en mí. Y mi novia también. Tenía dieciocho años, y el mundo era sencillo, puro y confiable, como las canciones de mi ídolo.
Pero no lo era. Me equivocaba.
Aquel viaje envejecí. Tengo la impresión de que cada curva en la carretera me grabó un surco de decepción en la cara y de que cada fogonazo de luz me tiñó una cana en el pelo. Los ojos de Hank brillaban igual que en las fotografías que solía recortar de las revistas, pero su resplandor ya no lo animaban la sed de gloria o el anhelo ingenuo de la fama, sino únicamente el whisky y la morfina. Sus dolores de espalda lo habían convertido en un adicto al alcohol y las drogas. A sus veintinueve años, Williams semejaba un caballo sedado, no el jinete sobre la cabalgadura. Seguía siendo un cowboy, pero era un cowboy herido sobre su silla.
Apenas hablamos. En el silencio de la noche, yo era Caronte en la laguna Estigia y él mi pasajero. De vez en cuando, veía levantarse el ala de su Stetson blanco por el retrovisor y la paloma se echaba al coleto un generoso trago de whisky, fuego y más fuego para apaciguar la tortura de su espina bífida y sus últimos fracasos. Se había divorciado unos meses atrás, y en el Grand Ole Opry su nombre era ya la cuerda rota de su Martin.
Nos detuvimos en Knoxville, Tennessee, para descansar un poco en el hotel Andrew Johnson, el coloso de la ciudad. Con un hilo de voz, me pidió que llamara a un médico, y, cuando este se presentó, le administró vitamina B12 con morfina. No tardamos en ponernos otra vez en ruta, nubes del desierto, pero, a medida que avanzábamos, sentía que el Palace se alejaba cada vez más y que no llegaríamos a tiempo a nuestro destino. A la altura de Bristol, Virginia, le pregunté si tenía hambre y me susurró que no. Lo entendí –los muertos no suelen tener hambre–, pero yo estaba a punto de desmayarme y le sugerí que parásemos un momento en el Burger Bar, a lo que asintió con la cabeza, sin fuerzas, o quizá sin ganas, para pronunciar una palabra más. Devoré una hamburguesa y abrí los ojos con una taza de café bien cargado.
Llegó el amanecer a la ciénaga en que nos desplazábamos, y fue como una caricia que nos limpiara el barro de la noche. El cielo le devolvió su color al Cadillac de mi padre, y yo respiré aliviado, porque «solo» quedaban cuatrocientos kilómetros y tenía una jornada por delante para cubrirlos. Si la máquina se portaba bien, Hank podría descansar unas horas en el hotel antes de su improbable apoteosis en el Palace.
Mi honor –el honor de los Carr– estaba a salvo.
Juro que pensé: «Está durmiendo», y no me chocó que su sueño fuera tan profundo y largo. La gente duerme por la noche, incluso los muertos, pero ¿qué hay de los muertos que siguen durmiendo al amanecer? Lo llamé, al principio en voz baja y luego más alta, pero no reaccionó. Frené en la primera gasolinera que vi para pedir ayuda, salí del asiento y le tomé el pulso para cerciorarme de lo que era ya evidente. Cuando se acercó el empleado, le dije: «Es Hank Williams. Está muerto». Él se ocupó de informar a la policía.
Nunca quise hablar de su muerte con nadie. Amaba su música, pero no era su albacea testamentario. Guardé silencio hasta que mis pasos me llevaron un día, mucho tiempo después, al Burger Bar de Bristol, y vi que habían puesto a los platos el nombre de sus canciones. Le pregunté al camarero por la hamburguesa Your Cheatin’ Heart, y me contó que la hacían con una salsa secreta, chiles verdes, champiñones salteados, cebolla y queso.
Salí de allí, y lloré y lloré, y es cierto que el sueño no llegó en toda la noche, pero sí al amanecer. Entonces, y solo entonces, se me ocurrió contarlo todo –el largo viaje de la noche hacia el día–, para que todos lo supieran.
Colaboración en La Guitarra de las Musas
Allá por octubre de 2014 el desaparecido blog Mentalparadise tuvo la feliz iniciativa de abrir una sección en la que distintos blogueros comentaríamos las 5 canciones que ocupaban un lugar destacado en nuestra memoria. Mi contribución, por falta de tiempo, no llegó a aparecer en ese espacio. Ahora el blog de Raúl, La Guitarra de las Musas, ha retomado esa propuesta –Las 5 canciones de tu vida–, y os anuncio que esta semana aparecerán allí los cinco temas que he elegido. Doble ración de mí… ¡no os atragantéis!
Teniendo en cuenta que en la última edición de los premios 20 blogs celebrada el 21 de abril La Guitarra de las Musas obtuvo el premio en la categoría de música, aparecer allí como «estrella invitada» es todo un honor. Pues nada, os animo a visitar http://www.laguitarradelasmusas.com
En Familia (y X)
A principios de los años 40, la carrera de la familia Carter tocaba a su fin por los continuos problemas legales del dueño de la emisora donde trabajaban, John Brinkley. El gobierno de Estados Unidos empezó a investigarle por evasión fiscal, y en 1941 se declaró en bancarrota, tan solo un año después de cerrar la radio. Así, la familia Carter volvió a sus sesiones de grabación, y en octubre de 1940 los encontramos trabajando para la OKeh records. Escuchemos algunas de estas grabaciones en su sede de Chicago.
En Heaven’s Radio se habla del invento de la radio y de sus imperfecciones (a veces hay interferencias). Sin embargo, tal cosa no sucede con lo que se escucha en el cielo; allí no se necesitan emisoras de radio, solo oraciones y esas siempre las escucha Dios nítidamente.
En I Found You Among the Roses el narrador exalta la naturaleza de junio: un año antes tuvo el privilegio de conocer a su amada entre las rosas.
En 1941 volvieron al sello donde empezaron, la RCA, esta vez a través de su filial Bluebird, que la empresa matriz había creado en 1932.
Something Got Hold of Me fue escrita por A.P. Carter. El narrador exhibe su escepticismo cuando oye que la gente habla maravillas de la religión, pero termina admitiendo que «me asomé a la puerta, el diablo dijo que no entrara, fui a luchar contra ella, pero algo se apoderó de mí».
Los Wilburn Brothers revitalizaron este clásico del gospel en su álbum Livin’ in God’s Country (1959).
Si bien la mayoría de las composiciones de los Carter fueron compuestas por el patriarca, A.P., esta lo fue por Maybelle. En Lonesome Homesick Blues la protagonista siente nostalgia de su hogar, sobre todo cuando escucha el nombre de su amado. Al oír el sonido del tren que le va a llevar de vuelta a su casa, promete que pasará el resto de sus días con él.
La fama de la familia Carter era muy considerable tras sus numerosas grabaciones y su paso por la radio, y la revista Life les consagró un reportaje que, sin embargo, no llegó a aparecer, ya que la fecha prevista para su publicación coincidió con el ataque a Pearl Harbour, en diciembre de 1941. La familia original se separó (Sara se fue con su marido a California y A.P. se fue a su cabaña de Virginia, donde moriría en 1960). Maybelle fue la única que mantuvo su trabajo, ahora en compañía de sus hijas.
Maybelle murió en 1978 y, en 1979, Sara Carter. Este último año, una de las hijas de Sara y A.P., Janette Carter, fundó la Carter Family Fold (http://www.carterfamilyfold.org) para recuperar el legado de la familia. Actualmente, está dirigida por su hija, Rita Forrester, tras el fallecimiento de aquella.
Y así llegamos al final de esta serie dedicada a la familia Carter. Ite missa est, pero su música nunca tendrá fin.