Roger Miller alcanzó gran popularidad con King of the Road (1964), todo un himno a la libertad. Cuenta la historia de un vagabundo que se desplaza viajando como polizón en los vagones de carga, y que, a pesar de no tener dinero, se considera feliz y «el rey de la carretera». La canción ha tenido multitud de versiones: escuchemos, por ejemplo, la de George Jones en 1966.
En 1890 Charles Davis Tillman puso música a un himno góspel compuesto por el pastor baptista M. E. Abbey, Life is Like a Mountain Railway, en el que compara la vida con un ferrocarril de montaña por lo sinuoso y lleno de peligros. Pero no hay nada que temer porque Dios nos conducirá seguros a nuestro destino. Escuchemos la versión del grupo Seldom Scene en su álbum Act Four (1979).
Vamos ahora con otra canción góspel, en esta ocasión una actual. Josh Turner compuso Long Black Train en 2001 y la grabó dos años más tarde. Acababa de salir de la Universidad cuando la cantó en el Grand Ole Opry y produjo tal sensación, que las ovaciones fueron interminables y tuvo que hacer un bis. La inspiración le surgió en 1999, cuando estaba escuchando grabaciones no publicadas de Hank Williams e imaginó un tren como una metáfora de las tentaciones del Diablo. Así, la canción nos recomienda no subir al tren que conduce el Diablo, aunque te intente hechizar con su atractivo sonido y la belleza de sus formas.
Como su propio nombre indica, la música country es música de campo y la mejor forma de explorarlo es haciendo un viaje, un concepto muy recurrente en este género, como vamos a ver en este repaso a esas canciones en las que el viaje, ya sea por carretera o en otro medio de transporte, desempeña un papel fundamental.
Empezamos con una canción de Willie Nelson, On the Road Again (1980), que ganó el Grammy a la mejor canción country al año siguiente. Willie la compuso para la banda sonora de Honeysuckle Rose, de Jerry Schatzberg. Su letra constituye una invitación en toda regla a ponerse en camino: «En la carretera otra vez, yendo a sitios en los que nunca he estado, viendo cosas que puede que no vea más, no puedo esperar para echarme a la carretera».
John Denver compuso Take Me Home, Country Roads en 1971. Aquí habla de su deseo de que las carreteras comarcales le lleven a su casa en Virginia Occidental. Con más de un millón y medio de copias, se ha convertido en una de las canciones más conocidas de Denver.
Alabama Song, de Allison Moorer, habla de la importancia no ya del viaje como objetivo último, sino de las personas que nos acompañan en él. «¿Vas a Alabama? Me gustaría ver el Golfo de México. Si vas, llévame contigo. Pero si vas a California, está bien, cualquier sitio vale. Supongo que lo único que quiero es ir contigo».
En 1964, Roger Miller grabó King of the Road, acerca de un vagabundo («un hombre de medios sin ningún medio») que ha hecho del movimiento su forma de vida, y a quien el ingenio de que hace gala le ha valido el sobrenombre de «rey de la carretera».
En Leaving on a Jet Plane, también de John Denver, el viaje se hace más por obligación que por placer. El protagonista se despide de su amada antes de coger un avión que le separará de ella.
La canción que traigo a continuación, I’ve Been Everywhere, fue escrita en 1959 por Geoff Mack y popularizada tres años más tarde por Hank Snow. Un hombre que hace autoestop inicia una conversación con el tipo que le ha recogido, enumerando las ciudades por las que ha pasado.
Hemos escuchado varios ejemplos de canciones de carretera y otro de un viaje en avión. ¿Qué tal si nos montamos en el tren? 500 miles es un tema folk de autoría desconocida que fue popularizado a raíz del revival del folk en los años 60 del pasado siglo. En este lamento, el protagonista emprende un viaje en tren que le aleja 500 millas de su casa y se siente nostálgico por volver a ella. La primera grabación que se conserva es la de The Journeymen (1961).
Y, cómo no, no podía faltar en nuestro viaje una de las canciones más famosas de Johnny Cash, Folsom Prison Blues. Un recluso de esta prisión oye desde su celda el silbato del tren y envidia la libertad que deben sentir los viajeros que van en él.
El protagonista de hoy nació en Texas en 1936. Su padre murió cuando él tenía solo un año y su madre se vio obligada a enviar a Roger con un tío suyo que vivía en Oklahoma. Corrían los tiempos de la Gran Depresión y no podía mantenerlo. El pequeño tuvo que echar una mano en la granja. En sus ratos libres, escuchaba el Grand Ole Opry, y aprendió a tocar la guitarra y el violín. Tras su paso por el ejército, Miller probó fortuna en Nashville, donde conoció a Chet Atkins, quien le abrió las puertas a colaborar con George Jones. En 1958, firmó su primer contrato con Decca Records y partió de gira con Faron Young. Sus primeras entradas en las listas llegaron con la discográfica con la que firmó luego, la RCA de Atkins. Para explotar su vis cómica, trabajó en Hollywood como actor de comedias, pero lo que realmente necesitaba era dinero rápido, por lo que firmó un nuevo contrato con Smash Records. Allí cosechó sus mayores éxitos con Dang Me!, King of the Road y England Swings (Inglaterra se columpia).
Aunque continuó en activo casi hasta su muerte, su carrera se desinfló durante los años 70 y 80. Así, le ofrecieron un programa de televisión que cancelaron semanas después por falta de audiencia. En 1978, optó por dejar de escribir canciones –se quejaba de que ya no eran apreciadas– y, dando palos de ciego, se embarcó en un terreno desconocido para él: una producción de Broadway, Big River, basada en Las aventuras de Huckleberry Finn. No le fue mal, pues ganó el Tony a la mejor partitura.
En 1992, Miller falleció de cáncer de pulmón –había sido un fumador empedernido toda su vida– y, tres años después, entró con carácter póstumo en el Salón de la Fama de la Música Country.
Escuchemos uno de sus mayores éxitos, el desenfadado Dang Me (1964), que se podría traducir como “¡Maldito sea yo!”. Este tema se llevó el Grammy a la mejor canción country y western el año siguiente, nada raro si consideramos que este artista acaparó nada menos que 11 “gramófonos” en solo dos años.
Don Rich, el principal colaborador de Buck Owens, hizo esta versión en 1965.
Si hace dos semanas calificaba Six days on the road como el “himno” de los camioneros, hoy os traigo un tema que podríamos definir como el de los vagabundos. King of the road, publicada en enero de 1965 por Smash Records –que significa “discos de éxito” y, sin duda, este lo fue, nada menos que el mayor de su catálogo– llegó al número 1 en Estados Unidos, Reino Unido y Noruega, al 5 en Irlanda, y arrasó en la ceremonia de los Grammy de 1966 (mejor single y mejor interpretación masculina de Roger Miller, quien también se cobró el premio al mejor álbum por The return of Roger Miller).
La canción es un himno a la libertad: el protagonista es un vagabundo que no tiene nada, “ni teléfono, ni piscina, ni mascotas, ni cigarrillos”. Por no tener, no tiene ni casa, ya que alquila caravanas para dormir, que suele pagar “empuñando la escoba”. Pero, a pesar de ello, es feliz y se considera a sí mismo “el rey de la carretera” o, de otra manera, “un hombre con recursos aunque sin recursos (económicos)”.
El cine se ha servido de este tema en títulos como En el curso del tiempo (Wim Wenders, 1976), Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005) o Hacia rutas salvajes (Sean Penn, 2007).
Escuchemos primero la versión original de Roger Miller, que es la más conocida con diferencia.
Os dejo a continuación con una versión que aparece en el disco de debut de los Statler Brothers, Flowers on the Wall (1966).
Los gemelos escoceses The Proclaimers la grabaron en 1990.
En 1996 Randy Travis versionó este tema en su disco Full Circle.
El grupo germano The wise guys la versionó, adaptando la letra al alemán.